Todos los que, en un momento de nuestras vidas, hemos tenido que abandonar nuestra tierra en busca de oportunidades académicas y profesionales, nos hemos tenido que enfrentar en un momento dado a una difícil disyuntiva.
Enfocar nuestra “nueva vida” en otro lugar, con otras personas y otras costumbres, y alejarnos así de nuestro pueblo, o, por el contrario, llevar siempre presente con orgullo lo que este nos ha brindado. En el caso de Francisco Javier, esta “morriña” que todos sentimos, no se queda en un anhelo nostálgico, sino que se traduce en una apuesta decidida por la conservación de nuestra cultura y arquitectura, y la puesta en valor de las mismas como ejemplo de belleza, utilidad y sostenibilidad.
Pienso que, el momento que hoy en día vivimos, ha servido de punto de inflexión para sacar a flote un debate necesario, y del que se estaba huyendo, acerca de nuestro modelo de vida, y de aspectos como el consumo, el medio ambiente, las relaciones laborales y el urbanismo. Es en tiempos de cambio cuando hay que escuchar las nuevas voces que muestran alternativas de cambio, que puedan hacer, cada una en su ámbito, de nuestra sociedad, de nuestras ciudades y de nuestros pueblos, un lugar mejor para vivir.
Más allá de nuestra relación personal, el haber colaborado en distintos proyectos con Francisco Javier, en representación de Arqoleto, me ha permitido reafirmarme en lo que sospechaba: se trata de una persona y un profesional comprometido con su zona, y que imprime los conocimientos y las ideas adquiridas en su amplia trayectoria académica y profesional, a una voluntad de conservación y puesta en valor de nuestro patrimonio, teniendo en cuenta las necesidades actuales y futuras de nuestra sociedad.
A nivel arquitectónico y urbanístico, las ideas y propuestas del estudio Arqoleto, muestran, entre otras cosas, el camino hacia un modelo más equitativo entre pueblos y ciudades, menos gentrificado, más sostenible, trasladando lo mejor de nuestras generaciones pasadas a nuestras generaciones venideras.
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